Los cuentos han sido parte de nuestra historia desde tiempos inmemoriales. Son portales mágicos que nos llevan a mundos desconocidos, despiertan nuestra imaginación y nos enseñan valiosas lecciones. Sin embargo, lo más maravilloso de los cuentos no está solo en las palabras, sino en la forma en que las contamos.
Cada niña y niño es único, con su propio mundo interior, lleno de ideas, emociones y formas de expresión. Algunos encuentran en los cuentos una oportunidad para soñar en voz alta, mientras que otros los usan para reflexionar o incluso reinventar historias a su manera. ¿Por qué conformarnos con una sola versión de un cuento, cuando podemos tener tantas como niños y niñas existen?
Dejemos que cada niño cuente los cuentos a su manera. Tal vez para uno, Caperucita Roja no necesite un bosque oscuro, sino una ciudad llena de rascacielos; tal vez para otro, el lobo no sea malo, sino un amigo incomprendido. Dar rienda suelta a su creatividad les permite conectar con su propio ser, entender sus emociones y, al mismo tiempo, desarrollar habilidades como la empatía, la comunicación y el pensamiento crítico.
Nosotros, los adultos, también podemos aprender de esta perspectiva. Contar cuentos no es solo repetir palabras de un libro; es una oportunidad para jugar con nuestras propias ideas, explorar nuevas formas de narrar y conectarnos con nuestro lado más auténtico y creativo.
Así que la próxima vez que compartamos un cuento, invitemos a los niños a hacerlo suyo. Cambiemos los personajes, reinventemos los finales, mezclemos historias. No hay una forma incorrecta de contar un cuento, porque cada forma es tan especial como quienes lo narran.
Porque los cuentos no solo se cuentan, ¡se viven, se sienten y se transforman!